Como
dardos
venenosos
que
aguijonean
el
alma.
Hay
sucesos
en
la
vida
tan
dolorosos
que
nos
arrojan
en
la
puerta
de
un
abismo
absoluto
y
nos
dejan
tristes
muy
tristes.
Son
laceraciones
que
nos
calcinan
para
siempre
hacen
cicatrices
tan
profundas
que
se
van
empozando
una
a
una
en
las
profundidades
del
alma.
Son
dolorosas
como
el
dolor
más
grande.
¡MÁS
GRANDE!.
¡Hijo!
Cuando
la
injusticia
arrecia
y
la
conciencia
envaina
la
lengua
por
temor
por
conveniencia
yo
atizo
los
leños
en
mi
corazón
con
amor
porque
ese
día
hablarán
las
piedras
con
voz
de
trueno.
¡Qué
dolor!
Mirarte
ahí.
yacente,
cual
estatua
de
bronce.
Yacente.
Ahí
donde
estas,
se
ve
en
tu
rostro
de
bronce
bruñido
el
sueño
que
se
prolonga
sin
término
y
la
incredulidad
de
un
destino
fatal
cuando
hiciste
el
último
trance.
¡Oh
Dios!
Achica
este
dolor
y
arrebata
de
mis
labios
este
cáliz
de
amargura.
Por
que
esta
sociedad
se
pudre
y
nos
pudre.
No
hay
escape.
¿Porqué
siempre
nos
salpica
ese
fango
pegajoso
que
nos
contamina?.
¿Para
qué
el
sacrificio?
¿Para
qué?
Salir
de
la
prisión
y
en
un
acto
salvaje
caer
en
brazos
de
la
muerte.
¡Qué
dolor!
Esa
noche
aciaga
cuando
sonó
el
teléfono
se
agolparon
en
mi
mente
potros
danzantes
que
golpearon
mi
pecho
cuando
oí
decir.
¡Mataron
a
tu
hijo!
¡Qué
dolor!
¿Por
qué
los
“perfectos”
deciden
poner
fin
a
la
vida
de
un
joven?.
¿Por
qué?.
Ciertamente
ese
alienado,
de
mala
conducta,
sin
conciencia,
imprudente,
alocado
producto
de
esta
sociedad,
es
mi
culpa
es
tu
culpa
es
nuestra
culpa
Quién
pudiera
como
Orfeo
descender
al
Hades
y
traerte
de
vuelta
para
caminar
contigo
a
través
del
arco
iris
y
al
final,
que
se
traduce
en
comienzo
encontraremos
la
rosa
roja
impoluta
en
el
huerto
de
Edén.
¡Cuanta
maldad!
Saciar
su
sed
de
sangre,
todo
su
odio,
su
rencor,
sus
frustraciones
sobre
ti
para
destruirte
sin
misericordia.
Ahora
va
a
justificar
su
crimen
con
cualquier
mentira.
Ese
joven
yacente,
ensangrentado
moribundo.
Es
mi
Hijo.
Es
tu
hijo
.Es
nuestro
hijo.
Humberto J. Ramos